¿Y si nunca encontramos judías mágicas? ¿ Y si solo encontramos... judías?

sábado, 29 de enero de 2011

Podría abrir una entrada y gritar que...

Podría coger mis tripas y retorcerlas hasta reducirlas al mínimo espacio posible.

Podría morder mis manos y mis brazos desgarrando cada centímetro de mi piel.

Podría rajar mi voz y gritar hasta que la rabia dejase de escucharse.

Podría reducir mi casa a cenizas y dejarlas abandonadas en mitad de la calle, para que se ensuciasen con los escombros de mi dolor quienes no tienen culpa.

Podría correr y correr parar dejar lejos todo complejo, acabar rendida pero siendo más fuerte.

Podría armar un escándalo y llevarme por delante al que osase volver a mirarme con ternura, o podría empapelar la ciudad entera, el mundo entero, con las palabras que tanto temo decir, que tanto duele escuchar.

Podría tomar un bote de pastillas entero y sonreír ante el sueño eterno.

Podría no exagerar tanto las cosas, aunque también podría remover y encontrar miles de motivos más para elevar las circunstancias hasta sacarlas por completo de quicio.

Podría pegarle un tiro entre ceja y ceja a todas esas cabezas huecas y sorprenderme cuando no se embadurnaran las paredes con sus sesos.

Podría coserme la boca como castigo por todas la veces que tendría que haber hablado  y no lo he hecho.

Podría ponerme en huelga de sentimientos ante tantas bajas emocionales.

Podría coger mi maleta y desaparecer sin dejar un reguero de lágrimas, o llorando hasta inundar todos mis errores.

Podría volver a coger la manta y meterme en la bañera, en nuestro refugio de siempre, y contarle a las baldosas del suelo lo mal que nos portamos.

Podría, por lo menos, moverme del sofá, decir las cosas altas y claras aunque solo fuese a mi misma.

Podría hacer muchas cosas, y nunca hago nada.

jueves, 27 de enero de 2011

Cuentos para Onai

No se me han dado nunca bien los niños (y debo confesar que no me gustan demasiado), pero dentro de poco es el cumpleaños de mi primillo y me he puesto el reto de hacerle un pequeño libro de cuentos. Aquí os dejo el primero... por favor, críticas constructivas, que necesito ayuda, ¡se me da muy mal!
Las ilustraciones me las va a hacer una amiga que dibuja genial, aunque claro, eso ella todavía no lo sabe.

Un saludo!


I:


Cuentan que una vez, hace mucho tiempo, en un bosque lejano y precioso, un ratoncito asustado y desorientado, perdió de vista a su familia. Era muy pequeñito, así que sus patas cortitas le impedían caminar al mismo ritmo que sus hermanos.
Después de andar sin rumbo por el bosque, decidió emprender su propio viaje y aprender a buscarse él solito la vida, al fin y al cabo, dentro de poco iba a tener que abandonar la camada, así que envolvió en una hoja húmeda un poco de comida y unas pocas hierbas y emprendió su propio viaje.
Los animales del bosque se paraban a mirarle desde arriba de los árboles, o le seguían disimuladamente entre la maleza, pero un mismo pensamiento recorría sus cabezas peludas o (*)aplumadas: "¿A dónde va ese ratoncillo tan pequeño y tan solo?"
Pero el pequeño animalillo no se dejaba intimidar por tanta mirada curiosa, y siguió caminando y silbando hasta que llegó a la orilla de un río cristalino en el que podía ver a la perfección su carita de roedor. Se quedó allí parado observando su reflejo, sin pensar nada en particular, hasta que del fondo de las aguas, surgió un rostro muy similiar al suyo. A simple vista parecía un ratón, pero de su boca sobresalían unos magníficos dientes que bien podrían ser del tamaño y la dureza de una piedra. Además, su cola era grande y plana... nuestro protagonista nunca había visto nada igual. Se quedaron los dos roedores mirándose unos segundo sin decir nada, hasta que el ratón decidió romper el silencio:
- ¿Y se puede saber qué eres tú?
- ¿Cómo que qué soy?- El ceño del animal se había fruncido con molestia y desconcierto
- Si, que qué animal eres. Pareces ratón pero vas por agua y eres mucho más grande
El animal pasó un rato mirandole como si estuviese loco, pero al final decidió abrir un poco su mente y apartar el mal humor
- Se ve que no eres de por aquí - dijo finalmente.
- Ah, ¿y se puede saber por qué se ve tal cosa?.
- porque si lo fueras, sabrías que soy un castor y que como yo hay muchos por esta zona.
- ¿Castor? ¿y eso de qué se trata?.
- Pues somos como tú, pero de agua. Nos dedicamos a coger troncos con nuestras fuertes mandíbulas y los colocamos en el río. Hacemos diques, presas y madrigueras, y en éstas últimas es donde vivimos.
El ratón le miraba completamente fascinado. Así que había una especie muy parecida a la suya, nada más que con poderosos incisivos y escamosas colas que le ayudaban a nadar y talar árboles. "esos tales castores son unos trabajadores natos" dijo para sus adentros.
- Me llamo Néstor-continuó el castor al ver que el ratón no podía artiular palabra alguna- Y mi casa está muy cerca de aquí. Vivo con mi familia, si quieres puedes venir conmigo, te los presento y ves un dique y una madriguera de las que nosotros fabricamos, que por tu cara adivino que nunca has visto ninguna.
El ratón asintió con la cabeza muy entusiasmado y fue caminando por la orilla del río observando cómo Nestor se movía con agilidad por el agua. Charlaron unos minutos y llegaron a la morada del castor. Había tanto movimiento que parecía que la tierra daba vueltas. Ante los ojos del ratón, había decenas de Nestors transportando en sus boquitas enormes troncos y colocándolos a la perfección unos encima de otros. El ratón se quedó tan maravillado que ni se dió cuenta de que la mamá de Nestor se acercaba con una sonrisa de bienvenida:
-¿No nos presentas a tu amigo?- Dijo mirando al ratoncillo con dulzura
- Eh... me llamo Arturito, mucho gusto- contestó al fin el ratón
- Y dime, Arturito, ¿qué hace un ratoncito por ahí tan solo?
- Perdí de vista a mi familia y decidí hacer el camino por mi cuenta, de todos modos en un poco tendría que dejar la camada, así que cuanto antes, mejor.
A la mamá castor le dió mucha pena que un ratoncito tan bien educado y tan pequeño anduviese solo por el bosque, así que no se lo pensó dos veces y le dijo:
- Dime Arturito, ¿te gustaría vivir con nosotros y ayudarnos en la construcción?
Al ratón por poco se le sale la alegría por las orejas. No solo había encontrado un lugar bonito donde vivir, si no que podría trabajar y tener una familia que le protegiese de los depredadores del bosque. Se dieron las patitas como acuerdo y pronto se puso a trabajar.
Arturito encajó rápidamente con la familia de castores. Todos le trataban muy bien y él ayudaba en todo lo que podía... sin embargo, pronto se dió cuenta de sus limitaciones. Al ser tan pequeño, no podía transportar troncos muy grandes, y tampoco podía nadar él solo, siempre tenía que estar a lomos de uno de sus hermanastros, así que pasadas unas semanas, se resignó y en las horas de trabajo se retiraba al bosque para no molestar. Entre todo ese talento natural, el pobre ratón se sentía inservible. Su familia postiza le hacía ver que no importaba, que sólo bastaba con su presencia, pero para él no era suficiente.
"Yo quiero ayudar", pensaba siempre.
El ratón cogió como nueva costumbre caminar horas y horas por el bosque, pero al final acababa curiosamente en el mismo sitio, sentado entre un montón de ramas que cogía para rumiar.
Mordiendo y mordiendo, pensaba en todo y en nada a la vez, simplemente se dedicaba a dejar las horas pasar, hasta que un día le dió por prestar más atención a eso de rumiar. Se dió cuenta de que con sus pequeños y afilados dientecillos podía moldear los troncos como quisiera, así que cogió como costumbre hacer figuras en toda la madera que encontraba a su paso.
Pasaron unos cuantos meses, y el ratón ya tenía una buena colección de maravillas talladas en troncos, ramitas o palos. El buho, que era el animal más observador en kilómetros a la redonda, miraba todo el día cómo el pequeño mascaba y mascaba hasta conseguir auténticas preciosidades. En más de una ocasión se le quiso acercar y felicitarle por el trabajo, pero se le veía tan afaenado que no encontraba ocasión.
Un buen día, el buho decidió que no podía caer tanto talento en saco roto, así que echó a volar hacia la presa de los castores y les contó lo que estaba haiendo su hijito ratón.
- Talla que es una maravilla, no he visto nunca a nadie hacer dibujos en madera con esa precisión- Contaba, muy contento de que le prestaran atención- Además, lo hace con un amor y una constancia que sería digno de observar.
Y como eso último era para todos algo indiscutuble, fueron a mirarle trabajar. Arturito se sorprendió mucho cuando vió a todos los castores, y en un principio no quiso enseñar su trabajo, pero entre todos le convencieron y finalmente les llevó a la cueva donde guardaba todas sus creaciones. Los castores no podían cerrar los ocicos del asombro
- Arturo, ¿cómo no nos lo dijiste antes? - Preguntó la madre
- No lo sé... no creo que tenga tanto valor o importancia.
- ¡Pero ratoncito!- dijo muy sorprendida- ¿Cómo no va a tener importancia? esto es justo lo que necesitamos para mejorar nuestrar presas, para que sean más bonitas y acogedoras... ¿querrías volver a trabajar con nosotros como escultor?
Arturito no cabía en sí de felicidad, ¡por fin iba a ser útil para algo!, así que se puso patas a la obra en el momento, trabajando por igual con sus hermanos, llevando una vida tranquila y dedicada a lo que de veras le gustaba.
Y cuentan que en esa parte del río, en alguna parte del mundo, se podían ver las presas y los diques más increíbles de todos los bosques.

domingo, 23 de enero de 2011

¿Realmente nos quisimos tanto?

Yo sí que te amé. Te amé con todas las fuerzas que ya no me quedan, de una forma insana pero plena, con todo mi cuerpo... si, cada uno de mis poros gritaba tu nombre a los 4 vientos, reclamándote en mi cama día y noche. A veces, cuando tú no estabas, lloraban las esquinas de mi casa preguntando cuándo volverías, y las sábanas me presionaban exigiendo tu presencia. 

Ahora, todo está en silencio.
Silencio en mi casa. 
Silencio en el alma.

Ya no queda nada que pedir ni que contar.  Sólo algunos valientes susurros a media noche, se atreven a silbar con melancolía la melodía de esa historia que no debo echar de menos. 
Pero a veces vuelves, y mi cama cruje bajo tu espalda y la mía, fundida en una misma persona, haciendo que  durante unas horas parezca que de verdad queda algo.

Cuando te vas, siempre prometes volver, y siempre cumples tu promesa. Es ahí cuando mi conciencia me mira con preocupación y la razón intenta imponerse consiguiendo un éxito nulo. No hay lugar a razones cuando aún puedo rebañar un poco la miel de lo inexistente.
 ¡Y qué felices fuimos!

viernes, 21 de enero de 2011

Parte 2

Lunes- 16:30

El ruido de los internos riendo, gritando y corriendo por el pasillo me hace bajar las escaleras del camino del despertar dentro de mi intranquilo sueño. La cabeza me da vueltas, y a mi boca viene el amargo sabor previo a la vomitera. Pulso el botón que hay justo al lado de micabeza con un leve movimiento de la misma, y a los pocos segundos un enfermero alto y apuesto pone una palangana cerca de mi:
- Últimamente van muchas llamadas de emergencia para vomitar,¿hay algo en la comida que te siente mal?, si es así puedo dar parte a la cocina, quiza pued..
- No, no hay  nada en la comida que me desagrade, salvo que me la tiene que dar alguien como si me faltasen los brazos.

El enfermero suspiró. Es un chico de apenas 20 años que trabajaba en el psiquiátrico como voluntario unas cuantas horas a la semana. Su afán por la perfección y por querer ayudar a los demás me saca de quicio constantemente. y ahora allí está, con su larga melena recogida en una coleta y con una sonrisa mientras sujeta la palangana cerca de mi.. ¿A quién le apetece sonreir cuando tiene una inminente vomitona delante que probablemente vaya a caer en cada rincon de su ropa y el suelo? la palangana es la máscara que utiliza para revestir su vacío existencial, el absurdo de su vida y la mediocridad de su persona. Todo en él irradia falsedad y eso hace que aumenten mis ganas de echar mi malestar con todo en forma de asqueroso liquido pastoso.

- Conoces el protocolo, si te portas bien ascenderás de planta, si no, te quedas aquí apretando botones con la cabeza cada vez que quieras compañía.
Medité su sugerencia, la misma de todos los días. Portarme bien se podía dividir en 3 puntos:

1. Tomarme la medicación. Ese estaba cumplido, ya que solo con los ojos no podía defenderme de ningun pinchazo, asi que la dichosa medicina envenenaba mi cuerpo todos los días.

2. Relacionarme con el resto de los internos participando en los talleres organizados y en los descansos, sugerencia no más lejos de mis planes de "futuro". No se pueden ni imaginar lo deprimente que es relacionarse con las amebas que comparten mi misma situación, sólo babean y argumentan incoherencias para cuestiones que nadie ha preguntado, y sobretodo sus miradas. Sus ojos de corderos lacrimosos, mirando por la ventana, mirándote sin hacerlo, escrutando los pasillos esperando Dios sabe qué a estas alturas. prefiero refugiarme en mi camisa y mi colchón, en mi ausencia de todo, y  contar las baldosas del suelo hasta memorizar cada imperfección de las mismas

3. Ayudar en alguna tarea de mantenimiento del hospital, asi como limpiar, barrer, o echar una mano en la cocina. Ayudaba a Maria los Lunes y los Jueves, pero claro, cumplir de buena voluntad una sola de las tres condiciones no jugaba mucho a mi favor.

En consecuencia, mis días en la habitación de los horrores habían de continuar si no hacia caso del enfermero con sonrisa de vendedor de biblias. Sopesé la posibilidad durante unos segundos y luego le di a entender con la mirada que me dejara a solas.
- Es la hora de la terapia en grupo. ¿Quieres bajar y reincorporarte a los demás?
Sopesé un momento la propuesta. Si no bajaba, seguramente él sería el encargado de darme la medicina , asi que cualquier otra alternativa era bien acogida. Sin embargo, llevaba meses sin salir de la habitación y respirar aire nuevo me daba un miedo incomprensible, a la par que hablar con los internos, con los cuales nunca se podía sacar nada en claro. Igualmente asentí, llevo demasiado tiempo sin tocar el suelo... quizas mis musculos se hayan atrofiado.
El enfermero abrió mucho los ojos durante 3 segundos y luego sonrió. Sonrió de esa forma tan detestable que tienen algunas personas de hacerlo. No pretenden agradar con ese gesto, si no que sonrien para su inmunda persona, creyendo que el mérito de mi decisión lo tiene él. Hoy, seguramente, llegará a su casa y le contará muy orgulloso a su estúpida novia que ha conseguido hacer que un interno que llevaba meses sin moverse bajase a una terapia en grupo. Revestirá la realidad y quedará como el héroe que nunca será, y su novia hará palmas con las orejas por haber encontrado a un chico tan maravilloso. Las amigas la envidiarán y su madre le hará cocido los domingos, sin que nadie se percate de que nada es como piensan, de que están celebrando la mentira y la mediocridad.

Me pongo en pie como puedo y nada más tocar el suelo siento un mareo terrible. Supuestamente no se puede olvidar cómo se anda, pero por unos segundos tuve que recordarme a mi mismo que primero se adelanta un pie y luego el otro. El enfermero sigue sonriendo y yo le ignoro:

- ¿Quién va a dirigir la sesión de hoy? -Pregunto de espaldas a él

En las terapias de grupo siempre hay un enfermero o una enfermera que hace de pastor de cabras locas. Nos escucha con mucho interés, real o fingido y nos da consejos que no irán a ninguna parte, pero que nos hace pensar que algún día volveremos a coger el norte.

- María, creo que de ésta se encarga ella.

Por un momento siento que he hecho algo bien después de tantas decepciones que se ha llevado mi querida enfermera. Se volverá loca al verme entrar en la sala, a pesar de la pinta tan horrorosa que tengo.
Me apoyo en el enfermero y salgo no sin dificultad al pasillo, no tan lúgubre como yo lo recordaba. He podido comprobar que la mente humana tiene la facultad de cambiar tus recuerdos a sus anchas, en mi caso exagerando lo poco bueno que me haya podido pasar y agravando cada pequeño detalle desagradable haciendo de su recuerdo algo dolorosísimo y en algunas noches, insoportable.

Camino y de fondo se escucha un piano tocando un nocturno de Chopin que tarareo para mis adentros. Un par de salas más allá hay una enfermera que toca el piano unas cuantas horas al día. Su música es como un rayo de sol en una eternidad condenada a lo nublado, las notas que canta con perfección y naturalidad son los minutos de esperanza que me visitan en el día a día. Sé que cuando muera lo único que echaré de menos de la vida será poder oír a ese ángel interpretar Chopin, Bach o al grandísimo Beethoven, que tantas posibilidades me abre con sus obras.

A veces, cuando me dejan solo horas y horas con la luz apagada en la habitación, recuerdo las piezas que ha tocado la enfermera e intento imaginar qué siente con cada acorde. En este tiempo he podido comprobar que no hay nada tan sincero como la música, que no necesita ser revestida por ninguna palangana ni sonrisa torcida. No estoy seguro, pero creo que cada vez que se sienta al piano, experimento una sensación que bien podría llamarse felicidad. Bien podría.

lunes, 17 de enero de 2011

De las pocas cosas largas que escribo. Parte 1

Lunes - 11:30 Horas

La habitación está completamente acolchada, todo es blanco y silencioso, me cuesta hacer callar mi propio pensamiento. Siento que una enfermera se acerca. No puedo escucharla, pero mi cuerpo ha desarrollado una capacidad para descomponerse a la altura del estomago cada vez que se acerca alguna de esas inocentes trabajadoras que se ve obligada a darme mi pinchazo diario, justo debajo de la barbilla… es desagradable hasta para el que lo realiza.
No puedo moverme, me han inmovilizado por completo, solo tengo libertad en los ojos, los cuales aquí adentro no tienen mucho donde mirar, bueno… y por supuesto, en la mente. A veces pienso que sería mejor estar muerto, así al menos pararía este sin fin de ideas que nunca llegarán a ninguna parte . ¿Alguien se ha planteado alguna vez cuántos pensamientos distintos pueden pasar por la cabeza de una persona en menos de un minuto? Una recomendación, no lo hagan.

“clack , clack, clack”
Acaban de abrir la puerta y los tacones de María (la rubia y regordeta enfermera de los lunes y jueves) resuenan mientras entra hablando en voz alta de sus cosas, como siempre:
- ¡Este mundo está loco!
- Dímelo a mi – contesto con ironía desde la impotencia de mi camisa de fuerza
- Esto es intolerable…- María habla para sí, ni siquiera me mira mientras rellena la aguja con ese líquido tan desagradable
- ¿Qué ha pasado esta vez, si puede saberse?
- ¡Ay, Emile, tú si que me entiendes! –Dice cruzando su mirada con mis ojos marrones por primera vez en esa semana, encontrándose con mi sonrisa divertida
- Es un poco preocupante que encuentres comprensión en alguien que se encuentra totalmente inmovilizado en un hospital para enfermos mentales
- Quizás yo también deba colocarme una camisa de fuerza, quien sabe- Se quedó un rato sopesando esa posibilidad y noté el rechazo inmediato en su mirada – Levanta un poco la cabecita, cielo
- María, odio esa medicina, ¿no podríamos reducir el tratamiento?
- Pero esta medicina te hace bien, te ayuda a estar más tranquilo
- Es probable, pero cuando la tomo, no consigo distinguir del todo bien que es real y que no
- Nadie va a creerte si ese es tu argumento… la medicina únicamente se encarga de eso, de que pueda distinguir que es o no real, tu incapacidad para ello es lo que hace que te encuentres aquí… ya hemos discutido esto muchas veces.

Es inútil, María no me comprende. Nadie lo hace… reconozco que estoy loco, si… ¿y quién no en este mundo?, pero que yo reconozca con sinceridad mi locura es lo que me hace estar más cuerdo que el resto. Todos hemos perdido el juicio, las serpientes de corbata y la maldición de lo material han acabado con la poco humanidad que de por si tenemos los humanos,  y yo solo soy de los pocos que tienen lo que hay que tener para decirlo.
- ¿Volverás esta tarde?
- ¿Para qué?
- Necesito algo de compañía…
- ¿Por qué no sales en las horas que os están permitidos a los de la planta 3?
- No me gusta relacionarme con los internos…
- Nunca comprenderé esa manía
- Me recuerdan mi estado, apagados, sin vida, ya son muchos años dentro de estas cuatro paredes. Prefiero hablar con gente como tú, me ayuda a recordar que todavía hay gente con vitalidad y ganas de vivir.
- Cielo… -María me mira ahora con preocupación y con cariño. Odio la lastima que desprenden sus ojos, y por un momento odio todo su ser, y si me apuran, al mundo entero.
- Se me nubla la vista
- Descansa
Descansa, descansa… ¿Descansa de qué? Necesito descansar de descansar, no hago otra cosa en estas cuatro paredes que se han convertido poco a poco en mi nueva tortura permanente.

jueves, 13 de enero de 2011

Para que lo leas cuando decidas dejar de esconderte

Si bien es cierto que de tus ojos solo he saboreado el liviano amor y de tus labios la amarga decepción, hoy , por ser hoy y no otro día, esperaba que al despertar estuvieras a los pies de mi cama, con esa sonrisa triste y esos ojos negros.

"Buenos días, preciosa" dirías 

Y allí me quedaría yo, mirándote sin decir nada, porque realmente no encontraría las palabras, pues ¿qué diría?: ¿qué te quiero?, ¿que te echo en falta?, ¿que te necesito?, hace tiempo que nada de esto puede estar asociado a tu persona. 

"Buenos días" acabaría diciendo yo 

Pero la vida sigue y tú no permaneces despierto para verme amanecer, ni esperas en la esquina de mi casa, siempre con tu triste expresión, la sonrisa torcida y los brazos cruzados. Da igual los años que pasen y las vueltas que de la vida, hay cosas que nunca van a cambiar. 

Contigo ya no existan las expectativas, no existen los sueños, a pesar de que no cumplimos ninguno. 

martes, 11 de enero de 2011

La infinita resignación

Todo cambia tan deprisa que casi soy  incapaz de reconocer tu reflejo en mi pupila, pero el tiempo pasa y tus palabras cada vez escuecen más. Antes no era así, ¿recuerdas?, ¿te acuerdas del insomnio?, ¿de mis tres deseos?... quedan ya tan lejos que sólo puede ser recordado como un sueño, y es que el tiempo traiciona revistiendo tus recuerdos. Tal vez lo irreal sea el presente, éste azul, montaña, río, alcohol y cama que tantas veces he citado.

El tiempo es traicionero y a veces mentiroso, pero ayuda. Ya no pienso en ti como antes, supongo que en el gran saco del cambio yo también estoy incluida, únicamente me descubro a mí misma sorprendiéndome cada vez menos por tu comportamiento.

Después de la sorpresa viene la resignación. He andado tanto este tiempo que da igual lo que digas o hagas a partir de ahora, no volverás a ser el mismo ni para mi, ni para ti, ni para nuestro recuerdo.

sábado, 8 de enero de 2011

También se escriben vivencias buenas

A continuación, voy a intentar escribir lo más textual posible una conversación que tuve ayer con una persona muy importante para mí. He de decir que lo que vais a leer a continuación me hizo emocionarme sobremanera, sintiendo una gratitud y un amor enorme hacia las buenas personas como él:

K- Si algún día yo no pudiese valerme por mi misma, por ejemplo,  si me quedase paralítica, por favor, entiende que quisiera morir y que intentase suicidarme... y si necesitase tu ayuda, esperaría poder contar con ella. 

A- No digas estupideces. Mira, si eso pasara, te cogería y te metería en mi coche para llevarte por todo el mundo. Pasearíamos, y no me importaría llevarte en una silla de ruedas.  Podríamos ver juntos todos los lugares que quisiéramos. Yo pediría una beca y tú tendrías tu pensión. Podríamos hacerlo todo...  poquito a poco. 


A algunos les puede parecer una tontería o desilusionarse con esta entrada, pero de verdad que tengo un motivo para encontrarme más feliz que todos estos días y me apetecía compartirlo con vosotros. 

lunes, 3 de enero de 2011

Silencio, por favor

Hay canciones que no deberían existir, y no, en este caso no me refiero a esos remas reguetoneros, ni al pop de gafas de pasta dura, ni siquiera al rollo hippie perroflautístico. Me refiero a esas canciones de letras lacrimosas que aparecen en la radio cuando menos te lo esperas, clavándote un armónico puñal sin ningún tipo de consideración.

Esta mañana fui a comprar unos calcetines graciosos a un supermercado. Los calcetines me encantan  y a la persona a la que se los voy a regalas también, así que allí me veía, en medio del pasillo  mirando una horda de calcetines y con una sonrisa de oreja a oreja, de esas que sólo se ponen cuando saboreas en tu imaginación la sorpresa que le darás a alguien que aprecias, cuando de repente el altavoz deja de anunciar ofertas y comienza la música.

Allí, en ese aparato situado justo encima de mi cabeza, Sabina desgarraba mi historia y la de otros muchos, con su guitarra como terrible cómplice. Personalmente he de decir que me encanta Sabina, a pesar de que él parezca odiarme. Al final he cogido los dichosos calcetines (aunque bien hubiese preferido una metralleta) y he vuelto a casa con el mismo paso rápido de siempre y con la misma actitud de todos los días, aunque por dentro seguían resonando esos recuerdos hechos canción que te persiguen durante toda tu vida.

"Yo no quiero besar tu cicatriz..."
http://www.youtube.com/watch?v=hRetHyKHGO4&feature=fvst