¿Y si nunca encontramos judías mágicas? ¿ Y si solo encontramos... judías?

jueves, 24 de abril de 2014

Like a rolling stone

Cerrar la puerta con cuidado y echar a andar con la cabeza bien alta, con las palmas de las manos extendidas sin nada que perder.
Caminar hasta que no quede aliento y más, correr para secar las lágrimas y gritar muy hondo, adentro, con la mirada fría y el nudo en la garganta.
Mirar los cerezos y acordarse de Neruda, de los caminos que no cogiste, del pasado que poco a poco deja de existir.
Y entre todo esto, muy a dentro, el azul de tu recuerdo.




martes, 11 de febrero de 2014

Los caprichos de Mozart

Sólo nos vimos una vez, y sin embargo los dos lo recordamos perfectamente. 
Esperábamos para entrar al concierto, y tú estabas parado y tranquilo, sujetando el contrabajo más bonito que yo había visto en mi vida.
Yo tenía 14 años, creo, y tenía una vida de la que tú no formabas parte. Tú tendrías 21, y mirabas al frente esperando el momento para salir al escenario. 
Recuerdo que miraba el contrabajo totalmente fascinada. Por aquel entonces creo que nunca había visto uno tan cerca, y de pronto tú te giraste, me pillaste de pleno mirando descaradamente, y sonreíste. Sonreíste con la misma sonrisa de buena persona que tienes hoy, la mejor y más sincera que conozco. 
No me dirigiste ni una palabra, giraste el contrabajo para que pudiera verlo mejor, y volviste a ponerlo en su posición cuando yo aparté la mirada con vergüenza. 
No nos felicitamos por el concierto, no nos preguntamos el nombre, no nos despedimos cuando nuestros caminos se alejaron. Alguna vez creo que te vi por el conservatorio. Nunca nos dijimos nada de nada. 

La vida da vueltas y el destino es caprichoso. 5 años después, volvimos a coincidir en un concierto. Esta vez yo no cantaba, si no que  tocaba el violín, y tú seguías llevando el mismo contrabajo. Cuando te vi esperando para entrar al escenario, tan tranquilo y tan serio, cuando te giraste y me sonreíste como aquella primera vez que vi tus labios, tuve la sensación de que sin saber ni cómo ni por qué, esta vez tú y yo no nos íbamos a dejar escapar. 

http://coroalmeria.es/?p=131




miércoles, 18 de diciembre de 2013

La metamorfosis. O no.



Los celos son una serpiente fría que se enrosca y te oprime el cuello, un cráter en la boca del estómago, una nuez de espinas, unas uñas que se clavan.
Los celos son una habitación llena de espejos donde estás solo con tu reflejo y de donde no puede sacarte nadie. Tan sólo es posible escapar teniendo la fuerza para levantarse, caminar todas las baldosas que te separan de la puerta, enfrentarte a  lo que ves en los cristales, y finalmente, girar el pomo y cerrar la habitación tras de ti para siempre.

A veces, sin embargo, es mucho más fácil acostumbrarse, acurrucarse en un rincón y esperar a que haga efecto ese dolor que engancha, que te acoge. Que te envuelva completamente la serpiente, que te atrape y te hiele. Que cuando te mires al espejo no haya nada que merezca la pena en lo que ves. Y te guste.


jueves, 25 de julio de 2013



Hay veces que te levantas con el pie izquierdo. No sabes por qué, pero abres los ojos, miras lo que te sobra de almohada y piensas "vaya mierda de día".
En mi cuarto, sea en mi casa o en el piso de alquiler que cambio cada año en Granada, justo a mi izquierda, colgado en la pared hay un póster de mi película favorita "chungking express", y cada vez que me despierto con esa sensación me levanto, me visto y salgo a correr como mi personaje favorito, para no llorar, para no pensar.
Hoy iba por el paseo marítimo echando chispas por los ojos, con la música a todo volumen en los auriculares. Sonaba Pantera, esa "mierda" que según mi profesor de violín me va a dejar sin oídos y jamás podré tocar tchaikovsky. Normalmente me calmo a los 10 minutos, y entonces doy un paseo, me siento a respirar profundamente y vuelvo a casa para empezar de verdad el día. Pero hoy no, hoy no ha sido así. Se han acumulado demasiadas cosas y en poco tiempo no las iba a poder desahogar.
He corrido durante 20 minutos, 25, media hora, y no podía gritar, y cada vez corría más rápido y sentía que me ahogaba, y que me iba a morir y casi me gustaba, hasta que mis piernas han dicho basta y me he parado de golpe contra una de las muchas palmeras que recorren todo el paseo marítimo. He tomado aliento, he apagado la música y el ruído de la gente paseando, jugando en la playa, me ha devuelto a la realidad.
Kalina, reponte. Casi me he dicho en voz alta.
He pensando en muchas cosas a la vez, en promesas, en situaciones, en familia, en mi perra, en qué coño voy a hacer con mi vida y qué pasa realmente dentro de mi para que un simple mal despertar haya acarreado tanta mala leche.
"Es que te pones a hablar y te ciega la ira" me habían dicho justo antes de precipitarme a correr como si  no hubiera un mañana.
Un día de estos la ira me va a cegar de verdad, por eso corro, en realidad, para quedarme sin fuerzas de nada.
Me separé poco a poco de la palmera, y me topé con un chico que me miraba con curiosidad sentado en el banco de al lado. Me separé un poco el pelo de la cara para espetarle un "¿Y tú que coño miras?" Porque claro, por alguna parte se me tendría que notar que soy almeriense.
Y he vuelto andando a casa, con las zapatillas en la mano,
respirando trabajosamente.

martes, 1 de enero de 2013

Ylenia y el escarabajo gigante


" Qué horror, madre mía "

Fue lo primero que le vino a la boca a Ylenia cuando descubrió que el protagonista de la metamorfosis de Kafka despierta un día cualquiera convertido en escarabajo gigante. Dejó el libro encima de sus rodillas y pasó largo rato sentada en el sofá, con la mirada perdida en un punto de la pared blanca de enfrente, reflexionando. Pasó por las distintas emociones que hemos experimentado todos al leer ese relato: incredulidad, ansiedad, risa, asco y compasión, entre otras muchas, sin saber por cual decantarse. Se puso en pie, dejó el libro en la pequeña mesita del salón y apagó a Beethoven, su única compañía en los ratos de lectura.

Se dispuso entonces a continuar con uno de tantos domingos por la tarde, recogiendo y fregando los platos que había dejado esperando en la cocina, dándole vueltas constantemente al asunto del escarabajo. ¿Qué puede tener alguien en la cabeza para imaginar una situación así?. Desde luego, a Ylenia nunca se le habría ocurrido. Es una mujer sencilla, enamorada del arte, que pasa sus días en compañía de diversos autores que, para su desgracia, están todos muertos, aunque bien pensado, si los hubiese tenido delante, habría sido prácticamente incapaz de entablar una conversación. Su evidente carencia de habilidades sociales era la responsable de que no tuviera muchos amigos, aunque tampoco sintiera nunca la necesidad de relacionarse excesivamente. Le gustaba el silencio y la tranquilidad, aunque como todas las personas de este mundo, tiene un miedo constante a quedarse sola para siempre. Hubo algunos hombres en su vida que como vinieron se fueron sin dejar más huella que algunas fotos en las repisas de las estanterías, o regalos de aniversario olvidados en el cajón, así que a sus 32 años, Ylenia no se atreve a reconocerse a si misma que aún no ha conocido un verdadero amor.

Pero no es en esto en lo que piensa mientras enjabona la escasa vajilla usada. Piensa que de todas las cosas horribles en las que uno puede transformarse de un día para otro, la peor de todas sería en un insecto gigante. Nadie va a quererte así, aún habiendo sido el más fiel de los amantes, o el hijo favorito de mamá. ¿Quién puede amar, alimentar y cuidar a un escarabajo que apenas entra en su propio cuarto?, ¿quién va a tener las entrañas de ponerle del derecho cuando se de le vuelta?. Ylenia enjuaga los platos pensando en que si tuviera que transformarse en algo, sería definitivamente cualquier cosa antes que eso. No hay nada que le de más miedo. Una vez tuvo que llamar a su fiel amigo Carlos para que le matara una pequeña cucaracha que se había colado en el cuarto de baño, probablemente por las tuberías. El pobre hombre tuvo que atravesar la ciudad para llegar a casa de Ylena, matar al insecto de un zapatazo y emprender el camino de vuelta.

Continuó con las tareas de la casa, y a eso de las cinco decidió salir porque llovía. Le gusta pasear bajo el paraguas por el parque. Respira hondo y sonríe, ya que hay pocas cosas que le agraden más que el olor a tierra mojada. No hay nadie más en la calle excepto ella y eso la reconforta mientras continua su silencioso camino.
Cree firmemente no necesitar a nadie en su vida, pero en silencio se mira día a día en el espejo y teme una vejez solitaria, morir sin dejar huella, que nadie la eche de menos igual que ella no echa nunca de menos a nadie. Podría ponerle remedio a la situación, en el fondo sabe que Carlos podría acompañarla y no le importarían las arrugas que vistieran su rostro, pero teme el cambio, prefiere quedarse como está. No quiere romper su falso techo de paz.

No regresa demasiado tarde a casa, ve un poco la televisión y se va a su cuarto mirando de reojo a Kafka que sigue olvidado en la mesita del salón. "Quizá mañana" suficiente pesadilla por hoy. Y un día más, un día menos, Ylenia se mete en la cama y duerme sin sueños, profunda y tranquilamente.

A la mañana siguiente no se encuentra bien y decide apurar un poco más el tiempo en la cama antes de levantarse para ir a trabajar. Le duele la cabeza, la barriga y se siente más débil que nunca. Siente que tiene dificultades para respirar e intenta relajarse. Pasan unas horas y no mejora, así que llama a su trabajo para informar de su situación y vuelve a dormirse de puro agotamiento.

Despierta bien entrada la tarde y ha mejorado un poco, aunque todavía tiene dificultades para respirar. Se levanta lentamente de la cama y haciendo un gran esfuerzo arrastra los pies hasta el cuarto de baño. Se sienta en la taza y recapitula qué comió ayer.. Nada ha podido sentarle mal, aunque quizás el tomate frito se había pasado un poco y no se dio cuenta. Nunca se le dio bien comprobar cuándo la leche o el tomate están o no comestibles. Quizás también fue el paseo, pensaba, la humedad le habría calado los huesos y por eso le costaba tanto caminar y respirar. "Ha tenido que ser eso" Se dijo a sí misma. Se acercó al lavabo para despejarse un poco la cara con el agua fría y su grito ante el espejo fue tan fuerte que bien pensado fue muy extraño que los vecinos no llamasen a la policía.

No podía parar de chillar, sollozar, convulsionar frotándose cara y manos al mismo tiempo frente al espejo. La mujer sumamente parecida a ella pero con 50 años más, le devolvía la misma cara de horror y se palpaba simultáneamente todo el cuerpo, igual de incrédula e histérica. Cuando comprobó y no cupo ninguna duda de que efectivamente ella y la anciana del espejo eran la misma persona , se golpeó la cara, cerró y abrió los ojos mil veces y se miró las manos arrugadas otras tantas, para finalmente sentarse en la cama y entrar en una risa histérica, seguida de un bucle casi infinito de repetirse a si misma cada vez en voz más alta "esto no está pasando".
Caminó por la casa sin saber qué hacer ni donde ir. Pensó en llamar a Carlos, pero hacía tanto tiempo que no sabían el uno del otro que no se sentía con el derecho de balbucearle por el auricular unas explicaciones que ni siquiera tenían sentido para ella; además, ¿qué iba a poder hacer?, él era periodista, no médico, así que se puso un abrigo y salió a la calle todo lo rápido que le dejaron sus piernas en dirección al hospital más cercano.
Esperó en una sala blanca con pequeños asientos marrones mientras veía a un niño suplicarle a su padre que le dejara sin ponerse la vacuna. Le prometía que mamá no se enteraría y sobretodo insistía mucho en que no iba a enfermar. A Ylenia le dio por reír pensando que ojala se supieran esas cosas. El padre se dio cuenta de la risa y aprovechó la situación para apresurarse a regañar al pequeño.

- Ves, ¿Javier? si no te callas la señora va a seguir riéndose de ti.

La señora. La señora. la SEÑORA. Dos palabras que Cayeron como un piano de cola desde un sexto piso sobre su cabeza, y aunque el niño siguió intentando llamar la atención con sus ocurrencias, Ylenia no volvió a abrir la boca hasta que fue su turno.

-¿Y bien, qué le ocurre? - Preguntó el médico mientas tecleaba algo en su ordenador, sin ni siquiera mirarla. Para él solamente era una vieja más que iba a la consulta quizá por pasar el rato.

Tardó tanto tiempo en comenzar a explicarse que el médico despegó sus ojos de la pantalla para mirarla arqueando las cejas impaciente y curioso. Ylenia notaba que su barbilla temblaba y se le empezaban a humedecer los ojos. Se apartó un fino mechón gris que le molestaba en la frente y dijo de la forma más convincente que pudo:

- Se que es difícil de creer, pero anoche yo tenía 32 años.

Sonrió con compasión y dijo algunas palabras que pretendían sonar tranquilizadoras mientras escribía algo ilegible en un papel. Ylenia salió esa mañana del hospital con una cita para el día siguiente a las 10:00 en el psiquiatra, y un bote de pastillas que fue a parar a la basura más cercana. Se sentó en un banco, se tapó la cara con las manos y comenzó a llorar sin consuelo. No sabe cuánto tiempo pasó así.
Intentó tranquilizarse porque pensó que no hay nada más deprimente que una vieja sola llorando en mitad de la calle. Caminó pesadamente de vuelta. Algunas personas la ayudaron a cruzar la calle. Cuando abrió por fin la puerta de casa, no eran más de las nueve de la noche, y aunque había pasado prácticamente el día entero durmiendo, se sentía sumamente cansada. No se preparó la cena, simplemente se sentó en el sofá y miró un punto fijo de la blanca pared, deseando despertar en cualquier momento, mirar sus manos y que fueran las de siempre.

Bajó la vista y vio a Kafka justo en el mismo sitio donde lo dejó. Compadeció y comprendió al pobre hombre transformado . De una vieja solitaria todo el mundo quiere escaparse, igual que de un insecto gigante. Llena de rabia e impotencia arrojó el libro lo más lejos que pudo.
No podía llorar ya. Toda sensación había sido sustituida por una necesidad urgente de compañía, de coger a un ser querido de la mano, de apoyarse en su pecho y esperar a que todo pasara. La angustia y la desesperación fueron en aumento conforme avanzaba la noche, y cuando no pudo más descolgó el auricular. Pensó que Carlos siempre había estado para ella, y que aunque llevaran mucho tiempo sin saber el uno del otro, él seguramente seguiría enamorado de ella, siempre la iba a querer pasara lo que pasara. Con ese reconfortante pensamiento marcó los números y esperó. Tardó un poco en descolgar, y la voz dormida de Carlos pregunto quién era.

- Te necesito- Dijo a media voz

Se formó un denso silencio al otro lado del teléfono, e Ylenia creyó que se le paraba el corazón cuando escuchó de fondo al otro lado una voz femenina tan adormilada como la de Carlos que preguntaba "Cariño, ¿quién es a estas horas?".
Colgó el teléfono antes de escuchar la propia voz de su amigo y se fue al dormitorio sintiendo que cada latido de su corazón eran cristales que se le clavaban por todo el cuerpo.
Se tumbó en la cama, dejó escapar una silenciosa lágrima y cerró los ojos, calmando poco a poco su angustia y su soledad conforme el sueño y el agotamiento la invadían . Esa noche, Ylenia murió en la cama sin sueños, profunda y tranquilamente.


viernes, 7 de septiembre de 2012

de islas

"Elijo mil veces la isla desierta", dijiste. Y yo no podía verte, pero tenía tus ojos grandes clavados en el pecho, tan vivos en el recuerdo que, por un momento, me pareció que estabas en la misma habitación de espaldas a mí, desnudándote, hablando distraído, sin darte cuenta (como siempre) de lo grande que es todo lo que me dices, sin darte cuenta de cómo aprieto las sábanas mientras te sigo con la mirada, incapaz de abrir la boca, hasta que te tumbas  a mi lado y me preguntas siempre con una sonrisa: ¿Qué te pasa?, y yo "nada, que te quiero, sin más". Pero no dejo de darle vueltas a tus palabras, a tus gestos, a esos ojos tuyos que calan en lo más hondo y que nadie podría sacarse de encima si vieran lo que yo veo cuando me sostienes la mirada.
"Elijo mil veces la isla desierta", dijiste. Y no estabas aquí, pero supe que era verdad, que ya no había vuelta atrás; y te sentí tan cerca que me pareció al cerrar los ojos, sola en mi cama, notar tu respiración en mi pelo.


miércoles, 9 de mayo de 2012

Debe ser primavera


Sin saber por qué, de repente, estábamos muy tristes los dos. Sonaba Sabina  al fondo y la camarera canturreaba la canción mientras fregaba unas copas.  Miré al techo suspirando fuerte. Dicen que nunca es tarde, pero no se puede recuperar lo irrecuperable, o al menos eso creo yo, que tengo un orgullo que arrasa con todo, dejándome desnuda a veces, echando en falta algo durante toda la vida.
Me ofreció una copa de ron sonriéndome de medio lado. Fue extrañísimo ver mi propia sonrisa en una cara tan parecida a la mía, con los mismos ojos rasgados y tristes, atentos a la guitarra que sonaba dando un ambiente como de encargo a la situación.

- Me gustaría haberte conocido un poco más

Nos bebimos las copas mirando al frente y no volvió a decirme nunca nada más.