¿Y si nunca encontramos judías mágicas? ¿ Y si solo encontramos... judías?

martes, 1 de enero de 2013

Ylenia y el escarabajo gigante


" Qué horror, madre mía "

Fue lo primero que le vino a la boca a Ylenia cuando descubrió que el protagonista de la metamorfosis de Kafka despierta un día cualquiera convertido en escarabajo gigante. Dejó el libro encima de sus rodillas y pasó largo rato sentada en el sofá, con la mirada perdida en un punto de la pared blanca de enfrente, reflexionando. Pasó por las distintas emociones que hemos experimentado todos al leer ese relato: incredulidad, ansiedad, risa, asco y compasión, entre otras muchas, sin saber por cual decantarse. Se puso en pie, dejó el libro en la pequeña mesita del salón y apagó a Beethoven, su única compañía en los ratos de lectura.

Se dispuso entonces a continuar con uno de tantos domingos por la tarde, recogiendo y fregando los platos que había dejado esperando en la cocina, dándole vueltas constantemente al asunto del escarabajo. ¿Qué puede tener alguien en la cabeza para imaginar una situación así?. Desde luego, a Ylenia nunca se le habría ocurrido. Es una mujer sencilla, enamorada del arte, que pasa sus días en compañía de diversos autores que, para su desgracia, están todos muertos, aunque bien pensado, si los hubiese tenido delante, habría sido prácticamente incapaz de entablar una conversación. Su evidente carencia de habilidades sociales era la responsable de que no tuviera muchos amigos, aunque tampoco sintiera nunca la necesidad de relacionarse excesivamente. Le gustaba el silencio y la tranquilidad, aunque como todas las personas de este mundo, tiene un miedo constante a quedarse sola para siempre. Hubo algunos hombres en su vida que como vinieron se fueron sin dejar más huella que algunas fotos en las repisas de las estanterías, o regalos de aniversario olvidados en el cajón, así que a sus 32 años, Ylenia no se atreve a reconocerse a si misma que aún no ha conocido un verdadero amor.

Pero no es en esto en lo que piensa mientras enjabona la escasa vajilla usada. Piensa que de todas las cosas horribles en las que uno puede transformarse de un día para otro, la peor de todas sería en un insecto gigante. Nadie va a quererte así, aún habiendo sido el más fiel de los amantes, o el hijo favorito de mamá. ¿Quién puede amar, alimentar y cuidar a un escarabajo que apenas entra en su propio cuarto?, ¿quién va a tener las entrañas de ponerle del derecho cuando se de le vuelta?. Ylenia enjuaga los platos pensando en que si tuviera que transformarse en algo, sería definitivamente cualquier cosa antes que eso. No hay nada que le de más miedo. Una vez tuvo que llamar a su fiel amigo Carlos para que le matara una pequeña cucaracha que se había colado en el cuarto de baño, probablemente por las tuberías. El pobre hombre tuvo que atravesar la ciudad para llegar a casa de Ylena, matar al insecto de un zapatazo y emprender el camino de vuelta.

Continuó con las tareas de la casa, y a eso de las cinco decidió salir porque llovía. Le gusta pasear bajo el paraguas por el parque. Respira hondo y sonríe, ya que hay pocas cosas que le agraden más que el olor a tierra mojada. No hay nadie más en la calle excepto ella y eso la reconforta mientras continua su silencioso camino.
Cree firmemente no necesitar a nadie en su vida, pero en silencio se mira día a día en el espejo y teme una vejez solitaria, morir sin dejar huella, que nadie la eche de menos igual que ella no echa nunca de menos a nadie. Podría ponerle remedio a la situación, en el fondo sabe que Carlos podría acompañarla y no le importarían las arrugas que vistieran su rostro, pero teme el cambio, prefiere quedarse como está. No quiere romper su falso techo de paz.

No regresa demasiado tarde a casa, ve un poco la televisión y se va a su cuarto mirando de reojo a Kafka que sigue olvidado en la mesita del salón. "Quizá mañana" suficiente pesadilla por hoy. Y un día más, un día menos, Ylenia se mete en la cama y duerme sin sueños, profunda y tranquilamente.

A la mañana siguiente no se encuentra bien y decide apurar un poco más el tiempo en la cama antes de levantarse para ir a trabajar. Le duele la cabeza, la barriga y se siente más débil que nunca. Siente que tiene dificultades para respirar e intenta relajarse. Pasan unas horas y no mejora, así que llama a su trabajo para informar de su situación y vuelve a dormirse de puro agotamiento.

Despierta bien entrada la tarde y ha mejorado un poco, aunque todavía tiene dificultades para respirar. Se levanta lentamente de la cama y haciendo un gran esfuerzo arrastra los pies hasta el cuarto de baño. Se sienta en la taza y recapitula qué comió ayer.. Nada ha podido sentarle mal, aunque quizás el tomate frito se había pasado un poco y no se dio cuenta. Nunca se le dio bien comprobar cuándo la leche o el tomate están o no comestibles. Quizás también fue el paseo, pensaba, la humedad le habría calado los huesos y por eso le costaba tanto caminar y respirar. "Ha tenido que ser eso" Se dijo a sí misma. Se acercó al lavabo para despejarse un poco la cara con el agua fría y su grito ante el espejo fue tan fuerte que bien pensado fue muy extraño que los vecinos no llamasen a la policía.

No podía parar de chillar, sollozar, convulsionar frotándose cara y manos al mismo tiempo frente al espejo. La mujer sumamente parecida a ella pero con 50 años más, le devolvía la misma cara de horror y se palpaba simultáneamente todo el cuerpo, igual de incrédula e histérica. Cuando comprobó y no cupo ninguna duda de que efectivamente ella y la anciana del espejo eran la misma persona , se golpeó la cara, cerró y abrió los ojos mil veces y se miró las manos arrugadas otras tantas, para finalmente sentarse en la cama y entrar en una risa histérica, seguida de un bucle casi infinito de repetirse a si misma cada vez en voz más alta "esto no está pasando".
Caminó por la casa sin saber qué hacer ni donde ir. Pensó en llamar a Carlos, pero hacía tanto tiempo que no sabían el uno del otro que no se sentía con el derecho de balbucearle por el auricular unas explicaciones que ni siquiera tenían sentido para ella; además, ¿qué iba a poder hacer?, él era periodista, no médico, así que se puso un abrigo y salió a la calle todo lo rápido que le dejaron sus piernas en dirección al hospital más cercano.
Esperó en una sala blanca con pequeños asientos marrones mientras veía a un niño suplicarle a su padre que le dejara sin ponerse la vacuna. Le prometía que mamá no se enteraría y sobretodo insistía mucho en que no iba a enfermar. A Ylenia le dio por reír pensando que ojala se supieran esas cosas. El padre se dio cuenta de la risa y aprovechó la situación para apresurarse a regañar al pequeño.

- Ves, ¿Javier? si no te callas la señora va a seguir riéndose de ti.

La señora. La señora. la SEÑORA. Dos palabras que Cayeron como un piano de cola desde un sexto piso sobre su cabeza, y aunque el niño siguió intentando llamar la atención con sus ocurrencias, Ylenia no volvió a abrir la boca hasta que fue su turno.

-¿Y bien, qué le ocurre? - Preguntó el médico mientas tecleaba algo en su ordenador, sin ni siquiera mirarla. Para él solamente era una vieja más que iba a la consulta quizá por pasar el rato.

Tardó tanto tiempo en comenzar a explicarse que el médico despegó sus ojos de la pantalla para mirarla arqueando las cejas impaciente y curioso. Ylenia notaba que su barbilla temblaba y se le empezaban a humedecer los ojos. Se apartó un fino mechón gris que le molestaba en la frente y dijo de la forma más convincente que pudo:

- Se que es difícil de creer, pero anoche yo tenía 32 años.

Sonrió con compasión y dijo algunas palabras que pretendían sonar tranquilizadoras mientras escribía algo ilegible en un papel. Ylenia salió esa mañana del hospital con una cita para el día siguiente a las 10:00 en el psiquiatra, y un bote de pastillas que fue a parar a la basura más cercana. Se sentó en un banco, se tapó la cara con las manos y comenzó a llorar sin consuelo. No sabe cuánto tiempo pasó así.
Intentó tranquilizarse porque pensó que no hay nada más deprimente que una vieja sola llorando en mitad de la calle. Caminó pesadamente de vuelta. Algunas personas la ayudaron a cruzar la calle. Cuando abrió por fin la puerta de casa, no eran más de las nueve de la noche, y aunque había pasado prácticamente el día entero durmiendo, se sentía sumamente cansada. No se preparó la cena, simplemente se sentó en el sofá y miró un punto fijo de la blanca pared, deseando despertar en cualquier momento, mirar sus manos y que fueran las de siempre.

Bajó la vista y vio a Kafka justo en el mismo sitio donde lo dejó. Compadeció y comprendió al pobre hombre transformado . De una vieja solitaria todo el mundo quiere escaparse, igual que de un insecto gigante. Llena de rabia e impotencia arrojó el libro lo más lejos que pudo.
No podía llorar ya. Toda sensación había sido sustituida por una necesidad urgente de compañía, de coger a un ser querido de la mano, de apoyarse en su pecho y esperar a que todo pasara. La angustia y la desesperación fueron en aumento conforme avanzaba la noche, y cuando no pudo más descolgó el auricular. Pensó que Carlos siempre había estado para ella, y que aunque llevaran mucho tiempo sin saber el uno del otro, él seguramente seguiría enamorado de ella, siempre la iba a querer pasara lo que pasara. Con ese reconfortante pensamiento marcó los números y esperó. Tardó un poco en descolgar, y la voz dormida de Carlos pregunto quién era.

- Te necesito- Dijo a media voz

Se formó un denso silencio al otro lado del teléfono, e Ylenia creyó que se le paraba el corazón cuando escuchó de fondo al otro lado una voz femenina tan adormilada como la de Carlos que preguntaba "Cariño, ¿quién es a estas horas?".
Colgó el teléfono antes de escuchar la propia voz de su amigo y se fue al dormitorio sintiendo que cada latido de su corazón eran cristales que se le clavaban por todo el cuerpo.
Se tumbó en la cama, dejó escapar una silenciosa lágrima y cerró los ojos, calmando poco a poco su angustia y su soledad conforme el sueño y el agotamiento la invadían . Esa noche, Ylenia murió en la cama sin sueños, profunda y tranquilamente.