¿Y si nunca encontramos judías mágicas? ¿ Y si solo encontramos... judías?

miércoles, 26 de octubre de 2011

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Cuando el portero del humilde hostal comparó la foto del carnet de identidad que tenía en la mano con la chica que esperaba amablemente en frente suya, no pudo más que esbozar una media sonrisa imperceptible. <<Blanca Martínez Rosal-pensó -has cambiado mucho>>. Y de hecho en varios kilometros a la redonda no había nadie pensando  una verdad más absoluta y evidente, pues la chica de la foto era una niña sonriente, de ojos claros y pelo rubio rizado, con  una mirada vivísima y un cuello fino que podía  intuirse fundido en el  color del documento; sinembargo la mujer que había delante también se llamaba Blanca Martínez Rosal y pedía ayuda a voces con esos ojos claros  un poco menos vivos que en la imagen, aunque su sonrisa seguía siendo agradable. Al devolverle el D.N.I , el portero tuvo la impresión de que Blanca le había mantenido sus manos unidas a las suyas durante  más tiempo de lo que se supone políticamente correcto.

Había reservado la habitación unas horas antes con el tono desesperado del que está huyendo de algo, tan habitual en ella que daba la sensación de que podía desaparecer en cualquier momento. Nunca había estado en Granada y esa pensión cercana al centro le había dado muy buena impresión en las fotos de la página web. Estaba situada en una calle peatonal donde un trío de clarinetes y guitarra pasaban el rato tocando por gusto durante horas , dándole al lugar de residencia un ambiente más bohemio, tranquilo, nostálgico, o turístico, dependiendo de los motivos del viaje.
Los motivos de Blanca no estaban demasiado claros, había sido una decisión tan repentina que merecería llamarse arrebato, pero a fin de cuentas, Granada, ¿por qué no?, ella ya no era feliz en ninguna parte. Había perdido toda la esperanza, eso podía  verlo cualquiera en su rostro semi apagado y en sus ojos de niña triste, en su paso rápido a ninguna parte, de sus labios siempre evocando al pasado en voz alta, deleitando a las paredes Blancas y vacías como su nombre.
 Blanca había hecho una promesa y la estaba llevando a cabo, terminaría lo empezado, llegaría hasta el final del asunto, disfrutaría y después se retiraría del mundo, de la vida, con discrección y buen gusto.

martes, 4 de octubre de 2011

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Hacía tiempo que Alberto dejó de creer en las personas, y no es que sintiese miedo, inseguridad o  despecho, no,  nada de eso; Alberto había dejado de creer en sí mismo y ese pensamiento incluía a cualquier persona que mantuviera un mínimo de contacto con él.
Tenía 25 años y se decía a sí mismo todas las mañanas que ya lo había vivido todo. Su cuerpo delgado y palido pasaba 6 horas al día sentado en un  escritorio de oficina delante del ordenador, generalmente escribiendo artículos de opinión sobre temas en los que, en realidad, no tenía nada que opinar. Trabajaba desde que cumplió los 22 años en un periódico progresista a manos de un hombretón cuyas convinciones políticas no se correspondían en absoluto con su cargo, y cuyo afecto por Alberto era cuanto menos, inexplicable. Con sus compañeros de trabajo la relación no era mucho mejor, pues veían en Alberto a un hombre serio, melancólico y tristemente aburrido con el que no poder contar a la hora de ir de cañas después del trabajo. Por su parte, él se limitaba a callar e ir del trabajo a casa, sin ningún interés ni resentimiento para con sus compañeros.
Caminaba todos los días 20 minutos desde el trabajo a su casa, agachando la cabeza como aquellos que cargan una terrible pena, aunque lo cierto es que él ya no recordaba cuál era la suya exactamente. No podemos decir que Alberto fuese infeliz, en realidad no sentía angustia ni malestar, simplemente era incapaz de sentir nada. Todo en él se había quedado paralizado durante mucho tiempo en una época mejor donde el calor humano derretía lo que ahora era un cuerpo helado desprovisto de reaación ante practicamenete nada.

Vivía en un estudio pequeño y meticulosamente ordenado. Todos los días era la misma historia: abría la puerta, apagaba la radio que le dejaba encendida a sus plantas, se sentaba en el sofá que había colocado mirando a la ventana y se quedaba allí parado observando cómo pasaba la gente hasta que caía la madrugada.Cuando la oscuridad era tan intensa que las farolas no le permitían ver nada, se levantaba, ponía el despertador y se metía tranquilamente en la cama, siempre con el mismo pensamiento "estan todos ciegos, no pueden ver nada".