¿Y si nunca encontramos judías mágicas? ¿ Y si solo encontramos... judías?

viernes, 21 de enero de 2011

Parte 2

Lunes- 16:30

El ruido de los internos riendo, gritando y corriendo por el pasillo me hace bajar las escaleras del camino del despertar dentro de mi intranquilo sueño. La cabeza me da vueltas, y a mi boca viene el amargo sabor previo a la vomitera. Pulso el botón que hay justo al lado de micabeza con un leve movimiento de la misma, y a los pocos segundos un enfermero alto y apuesto pone una palangana cerca de mi:
- Últimamente van muchas llamadas de emergencia para vomitar,¿hay algo en la comida que te siente mal?, si es así puedo dar parte a la cocina, quiza pued..
- No, no hay  nada en la comida que me desagrade, salvo que me la tiene que dar alguien como si me faltasen los brazos.

El enfermero suspiró. Es un chico de apenas 20 años que trabajaba en el psiquiátrico como voluntario unas cuantas horas a la semana. Su afán por la perfección y por querer ayudar a los demás me saca de quicio constantemente. y ahora allí está, con su larga melena recogida en una coleta y con una sonrisa mientras sujeta la palangana cerca de mi.. ¿A quién le apetece sonreir cuando tiene una inminente vomitona delante que probablemente vaya a caer en cada rincon de su ropa y el suelo? la palangana es la máscara que utiliza para revestir su vacío existencial, el absurdo de su vida y la mediocridad de su persona. Todo en él irradia falsedad y eso hace que aumenten mis ganas de echar mi malestar con todo en forma de asqueroso liquido pastoso.

- Conoces el protocolo, si te portas bien ascenderás de planta, si no, te quedas aquí apretando botones con la cabeza cada vez que quieras compañía.
Medité su sugerencia, la misma de todos los días. Portarme bien se podía dividir en 3 puntos:

1. Tomarme la medicación. Ese estaba cumplido, ya que solo con los ojos no podía defenderme de ningun pinchazo, asi que la dichosa medicina envenenaba mi cuerpo todos los días.

2. Relacionarme con el resto de los internos participando en los talleres organizados y en los descansos, sugerencia no más lejos de mis planes de "futuro". No se pueden ni imaginar lo deprimente que es relacionarse con las amebas que comparten mi misma situación, sólo babean y argumentan incoherencias para cuestiones que nadie ha preguntado, y sobretodo sus miradas. Sus ojos de corderos lacrimosos, mirando por la ventana, mirándote sin hacerlo, escrutando los pasillos esperando Dios sabe qué a estas alturas. prefiero refugiarme en mi camisa y mi colchón, en mi ausencia de todo, y  contar las baldosas del suelo hasta memorizar cada imperfección de las mismas

3. Ayudar en alguna tarea de mantenimiento del hospital, asi como limpiar, barrer, o echar una mano en la cocina. Ayudaba a Maria los Lunes y los Jueves, pero claro, cumplir de buena voluntad una sola de las tres condiciones no jugaba mucho a mi favor.

En consecuencia, mis días en la habitación de los horrores habían de continuar si no hacia caso del enfermero con sonrisa de vendedor de biblias. Sopesé la posibilidad durante unos segundos y luego le di a entender con la mirada que me dejara a solas.
- Es la hora de la terapia en grupo. ¿Quieres bajar y reincorporarte a los demás?
Sopesé un momento la propuesta. Si no bajaba, seguramente él sería el encargado de darme la medicina , asi que cualquier otra alternativa era bien acogida. Sin embargo, llevaba meses sin salir de la habitación y respirar aire nuevo me daba un miedo incomprensible, a la par que hablar con los internos, con los cuales nunca se podía sacar nada en claro. Igualmente asentí, llevo demasiado tiempo sin tocar el suelo... quizas mis musculos se hayan atrofiado.
El enfermero abrió mucho los ojos durante 3 segundos y luego sonrió. Sonrió de esa forma tan detestable que tienen algunas personas de hacerlo. No pretenden agradar con ese gesto, si no que sonrien para su inmunda persona, creyendo que el mérito de mi decisión lo tiene él. Hoy, seguramente, llegará a su casa y le contará muy orgulloso a su estúpida novia que ha conseguido hacer que un interno que llevaba meses sin moverse bajase a una terapia en grupo. Revestirá la realidad y quedará como el héroe que nunca será, y su novia hará palmas con las orejas por haber encontrado a un chico tan maravilloso. Las amigas la envidiarán y su madre le hará cocido los domingos, sin que nadie se percate de que nada es como piensan, de que están celebrando la mentira y la mediocridad.

Me pongo en pie como puedo y nada más tocar el suelo siento un mareo terrible. Supuestamente no se puede olvidar cómo se anda, pero por unos segundos tuve que recordarme a mi mismo que primero se adelanta un pie y luego el otro. El enfermero sigue sonriendo y yo le ignoro:

- ¿Quién va a dirigir la sesión de hoy? -Pregunto de espaldas a él

En las terapias de grupo siempre hay un enfermero o una enfermera que hace de pastor de cabras locas. Nos escucha con mucho interés, real o fingido y nos da consejos que no irán a ninguna parte, pero que nos hace pensar que algún día volveremos a coger el norte.

- María, creo que de ésta se encarga ella.

Por un momento siento que he hecho algo bien después de tantas decepciones que se ha llevado mi querida enfermera. Se volverá loca al verme entrar en la sala, a pesar de la pinta tan horrorosa que tengo.
Me apoyo en el enfermero y salgo no sin dificultad al pasillo, no tan lúgubre como yo lo recordaba. He podido comprobar que la mente humana tiene la facultad de cambiar tus recuerdos a sus anchas, en mi caso exagerando lo poco bueno que me haya podido pasar y agravando cada pequeño detalle desagradable haciendo de su recuerdo algo dolorosísimo y en algunas noches, insoportable.

Camino y de fondo se escucha un piano tocando un nocturno de Chopin que tarareo para mis adentros. Un par de salas más allá hay una enfermera que toca el piano unas cuantas horas al día. Su música es como un rayo de sol en una eternidad condenada a lo nublado, las notas que canta con perfección y naturalidad son los minutos de esperanza que me visitan en el día a día. Sé que cuando muera lo único que echaré de menos de la vida será poder oír a ese ángel interpretar Chopin, Bach o al grandísimo Beethoven, que tantas posibilidades me abre con sus obras.

A veces, cuando me dejan solo horas y horas con la luz apagada en la habitación, recuerdo las piezas que ha tocado la enfermera e intento imaginar qué siente con cada acorde. En este tiempo he podido comprobar que no hay nada tan sincero como la música, que no necesita ser revestida por ninguna palangana ni sonrisa torcida. No estoy seguro, pero creo que cada vez que se sienta al piano, experimento una sensación que bien podría llamarse felicidad. Bien podría.

9 comentarios:

  1. INCREÍBLE, tanto esta como la otra. Sencillamente fabuloso. De verdad.

    La forma de plasmar el sentimiento de soledad y angustia del loco, su locura, su forma de pensar, sus sentimientos, su vida. DIOS, de verdad que es fascinante.

    Sigue así porque de verdad te juro que es lo mejor que he leído en mucho tiempo. Y esta parte más.

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  2. hola, créete que se de que hablas, de todos modos la diferencia entre la realidad y "todo lo demás" es un hilo muy fino, aunque a veces es importante saber diferenciar, y para gente que se dedica a estas cosas de escribir etc... a veces es complicado. es cierto, se está bien aquí aunque estemos un poco locos. je

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  3. proVablemente ¿?

    Con b, por favor, que daña los ojos.
    Por lo demás, un texto muy bueno, siento curiosidad hacia donde llegará esta historia...

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  4. Amo como escribes! sigue asi! :D

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  5. Esa secuencia de pensamientos va enganchando y me gusta la descripción de felicidad al oir la música, como un refugio.
    Saludos Kalina.

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  6. Oh Dios mio... lo siento por esa V en mal sitio xD subí el texto del tirón y sin revisar, así que metí la gamba... ¡¡lo siento!!

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  7. Demoledor, desolador y hermoso al tiempo por bien escrito.
    Me quito el sombrero ante ti, hija

    (la v está demasiado cerca de la b en el teclado ;)

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