¿Y si nunca encontramos judías mágicas? ¿ Y si solo encontramos... judías?

jueves, 27 de enero de 2011

Cuentos para Onai

No se me han dado nunca bien los niños (y debo confesar que no me gustan demasiado), pero dentro de poco es el cumpleaños de mi primillo y me he puesto el reto de hacerle un pequeño libro de cuentos. Aquí os dejo el primero... por favor, críticas constructivas, que necesito ayuda, ¡se me da muy mal!
Las ilustraciones me las va a hacer una amiga que dibuja genial, aunque claro, eso ella todavía no lo sabe.

Un saludo!


I:


Cuentan que una vez, hace mucho tiempo, en un bosque lejano y precioso, un ratoncito asustado y desorientado, perdió de vista a su familia. Era muy pequeñito, así que sus patas cortitas le impedían caminar al mismo ritmo que sus hermanos.
Después de andar sin rumbo por el bosque, decidió emprender su propio viaje y aprender a buscarse él solito la vida, al fin y al cabo, dentro de poco iba a tener que abandonar la camada, así que envolvió en una hoja húmeda un poco de comida y unas pocas hierbas y emprendió su propio viaje.
Los animales del bosque se paraban a mirarle desde arriba de los árboles, o le seguían disimuladamente entre la maleza, pero un mismo pensamiento recorría sus cabezas peludas o (*)aplumadas: "¿A dónde va ese ratoncillo tan pequeño y tan solo?"
Pero el pequeño animalillo no se dejaba intimidar por tanta mirada curiosa, y siguió caminando y silbando hasta que llegó a la orilla de un río cristalino en el que podía ver a la perfección su carita de roedor. Se quedó allí parado observando su reflejo, sin pensar nada en particular, hasta que del fondo de las aguas, surgió un rostro muy similiar al suyo. A simple vista parecía un ratón, pero de su boca sobresalían unos magníficos dientes que bien podrían ser del tamaño y la dureza de una piedra. Además, su cola era grande y plana... nuestro protagonista nunca había visto nada igual. Se quedaron los dos roedores mirándose unos segundo sin decir nada, hasta que el ratón decidió romper el silencio:
- ¿Y se puede saber qué eres tú?
- ¿Cómo que qué soy?- El ceño del animal se había fruncido con molestia y desconcierto
- Si, que qué animal eres. Pareces ratón pero vas por agua y eres mucho más grande
El animal pasó un rato mirandole como si estuviese loco, pero al final decidió abrir un poco su mente y apartar el mal humor
- Se ve que no eres de por aquí - dijo finalmente.
- Ah, ¿y se puede saber por qué se ve tal cosa?.
- porque si lo fueras, sabrías que soy un castor y que como yo hay muchos por esta zona.
- ¿Castor? ¿y eso de qué se trata?.
- Pues somos como tú, pero de agua. Nos dedicamos a coger troncos con nuestras fuertes mandíbulas y los colocamos en el río. Hacemos diques, presas y madrigueras, y en éstas últimas es donde vivimos.
El ratón le miraba completamente fascinado. Así que había una especie muy parecida a la suya, nada más que con poderosos incisivos y escamosas colas que le ayudaban a nadar y talar árboles. "esos tales castores son unos trabajadores natos" dijo para sus adentros.
- Me llamo Néstor-continuó el castor al ver que el ratón no podía artiular palabra alguna- Y mi casa está muy cerca de aquí. Vivo con mi familia, si quieres puedes venir conmigo, te los presento y ves un dique y una madriguera de las que nosotros fabricamos, que por tu cara adivino que nunca has visto ninguna.
El ratón asintió con la cabeza muy entusiasmado y fue caminando por la orilla del río observando cómo Nestor se movía con agilidad por el agua. Charlaron unos minutos y llegaron a la morada del castor. Había tanto movimiento que parecía que la tierra daba vueltas. Ante los ojos del ratón, había decenas de Nestors transportando en sus boquitas enormes troncos y colocándolos a la perfección unos encima de otros. El ratón se quedó tan maravillado que ni se dió cuenta de que la mamá de Nestor se acercaba con una sonrisa de bienvenida:
-¿No nos presentas a tu amigo?- Dijo mirando al ratoncillo con dulzura
- Eh... me llamo Arturito, mucho gusto- contestó al fin el ratón
- Y dime, Arturito, ¿qué hace un ratoncito por ahí tan solo?
- Perdí de vista a mi familia y decidí hacer el camino por mi cuenta, de todos modos en un poco tendría que dejar la camada, así que cuanto antes, mejor.
A la mamá castor le dió mucha pena que un ratoncito tan bien educado y tan pequeño anduviese solo por el bosque, así que no se lo pensó dos veces y le dijo:
- Dime Arturito, ¿te gustaría vivir con nosotros y ayudarnos en la construcción?
Al ratón por poco se le sale la alegría por las orejas. No solo había encontrado un lugar bonito donde vivir, si no que podría trabajar y tener una familia que le protegiese de los depredadores del bosque. Se dieron las patitas como acuerdo y pronto se puso a trabajar.
Arturito encajó rápidamente con la familia de castores. Todos le trataban muy bien y él ayudaba en todo lo que podía... sin embargo, pronto se dió cuenta de sus limitaciones. Al ser tan pequeño, no podía transportar troncos muy grandes, y tampoco podía nadar él solo, siempre tenía que estar a lomos de uno de sus hermanastros, así que pasadas unas semanas, se resignó y en las horas de trabajo se retiraba al bosque para no molestar. Entre todo ese talento natural, el pobre ratón se sentía inservible. Su familia postiza le hacía ver que no importaba, que sólo bastaba con su presencia, pero para él no era suficiente.
"Yo quiero ayudar", pensaba siempre.
El ratón cogió como nueva costumbre caminar horas y horas por el bosque, pero al final acababa curiosamente en el mismo sitio, sentado entre un montón de ramas que cogía para rumiar.
Mordiendo y mordiendo, pensaba en todo y en nada a la vez, simplemente se dedicaba a dejar las horas pasar, hasta que un día le dió por prestar más atención a eso de rumiar. Se dió cuenta de que con sus pequeños y afilados dientecillos podía moldear los troncos como quisiera, así que cogió como costumbre hacer figuras en toda la madera que encontraba a su paso.
Pasaron unos cuantos meses, y el ratón ya tenía una buena colección de maravillas talladas en troncos, ramitas o palos. El buho, que era el animal más observador en kilómetros a la redonda, miraba todo el día cómo el pequeño mascaba y mascaba hasta conseguir auténticas preciosidades. En más de una ocasión se le quiso acercar y felicitarle por el trabajo, pero se le veía tan afaenado que no encontraba ocasión.
Un buen día, el buho decidió que no podía caer tanto talento en saco roto, así que echó a volar hacia la presa de los castores y les contó lo que estaba haiendo su hijito ratón.
- Talla que es una maravilla, no he visto nunca a nadie hacer dibujos en madera con esa precisión- Contaba, muy contento de que le prestaran atención- Además, lo hace con un amor y una constancia que sería digno de observar.
Y como eso último era para todos algo indiscutuble, fueron a mirarle trabajar. Arturito se sorprendió mucho cuando vió a todos los castores, y en un principio no quiso enseñar su trabajo, pero entre todos le convencieron y finalmente les llevó a la cueva donde guardaba todas sus creaciones. Los castores no podían cerrar los ocicos del asombro
- Arturo, ¿cómo no nos lo dijiste antes? - Preguntó la madre
- No lo sé... no creo que tenga tanto valor o importancia.
- ¡Pero ratoncito!- dijo muy sorprendida- ¿Cómo no va a tener importancia? esto es justo lo que necesitamos para mejorar nuestrar presas, para que sean más bonitas y acogedoras... ¿querrías volver a trabajar con nosotros como escultor?
Arturito no cabía en sí de felicidad, ¡por fin iba a ser útil para algo!, así que se puso patas a la obra en el momento, trabajando por igual con sus hermanos, llevando una vida tranquila y dedicada a lo que de veras le gustaba.
Y cuentan que en esa parte del río, en alguna parte del mundo, se podían ver las presas y los diques más increíbles de todos los bosques.

2 comentarios:

  1. Me he puesto la piel de un niño y me ha atrapado el tierno Arturito. Seguro que le va a gustar a Onai.
    Un Saludo Kalina.

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  2. Este cuento es realmente bueno. ¿Para cuándo la segunda parte? :P

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