Hay días en los que me miro al espejo y me doy cuenta de que a pesar de que me he sentido tan llena como muchos, realmente no he decidido prácticamente nada, empezando porque soy una creación a cargo de un alguien que no me preguntó nunca si yo quería estar aquí.
Formo parte de algo que no entiendo demasiado bien. Cuanto más me relaciono, más observo, me doy cuenta de que ninguna de las personas con las que me he cruzado lo entienden tampoco. Algunos me exponen sus teorías completamente convencidos de ser los poseedores de la única verdad. Otros se pasan los litros de mano en mano mientas balbuceaban algo de vivir el momento y no hacer caso a nada más. También los hay que intentan hacerme sentir la llamada de algo intangible que va a salvarme de todo el mal. Otros incluso, han intentado hacerme ver que el sentido de todo está en los otros, en cómo te relaciones con los demás, en la búsqueda de lo que el resto pueda aportarte.
Lo único que he podido sacar verdaderamente en claro y en común es que no te das cuenta de nada, simplemente te absorbe. Un día te descubres a ti mismo comprando cosas innecesarias, sonriendo sin tener por qué hacerlo y hablando de cuestiones que no te habían interesado nunca. Echas un vistazo y te ves estudiando algo que no quieres, trabajando en algo que no te entusiasma, que no llegaste a ser astronauta o veterinaria, y que tu vida está vacía de sentimientos sinceros. Lloras unas cuantas veces a la semana, y el resto de los días te convences a ti mismo que tienes motivos para seguir siempre adelante. No recuerdas la última vez que hablaste desde el corazón, la última vez que fuiste tú mismo y no una imganen de lo que quieres llegar a ser, de lo que los demás esperan que seas.
Recorres de arriba a abajo tu apartamento, tus amistades, tu vida entera. Intentas acordarte de la última vez que te acostaste sin ninguna preocupación, de la última vez que hiciste el amor... y te sorprendes. Es ahí cuando de verdad somos conscientes de que las verdaderas necesidades, las primarias, han pasado a un segundo plano.
Por otra parte, se han desvirtuado muchos conceptos, lo puede notar cualquiera en cualquier conversación. "perdoname", "te amo", "me muero", "lo odio", "me encanta", "nada", "todo", "siempre". Hay veces en las que he amado de verdad y he callado por no encontrar una palabra que se ajuste bien a lo que siento. Hemos estirajado el chicle por completo, ya nada nos entusiasma de verdad.
La felicidad es bien sencilla, basta con no estropearlo.
Estamos tan acostumbrados a tenerlo todo, que no se nos pasa por la cabeza poder perderlo con pequeños gestos: un mal frenazo, un e-mail, una caricia bajo las sábanas, unas palabras que no supimos sacar de dentro.
La felicidad es bien sencilla, pero siempre lo echamos abajo. No queremos darnos cuenta de que en esta vida sólo nos tenemos a nosotros mismos, e intentamos construír el castillo en función de los demás. Miro hacia atrás y veo muchos años amontonados sin sentido, muchas frases que tendría que haber dicho y mucho rencor que tendría que haber soltado a gritos, muchos gestos que no tendrïa que haber ignorado.
Siento algo que podría catalogarse de impotencia. Me gustaría salir y contarle a todo el que pase que nos hemos vuelto locos, que tenemos que volver atrás... pero a mis años, que son bastante pocos,siento que esta esperanza estorba, que no puedo cambiar lo que empieza después de mi propio cuerpo, que las cosas no suelen salir como espero.
No puedo cambiar todo lo que me rodea, pero puedo cambiar mi jardín, cuidar mis flores, recoger los cristales en silencio, no dejarme aplastar por nadie. No puedo volver atrás y protegerme de algún que otro golpe, obligarme a abrir la boca y contestar a todas las preguntas. No es posible, pero sí puedo construírme un camino solitario, tranquilo y sincero que no busque el conocer la verdad constantemente, en el que no duela lo que ya no está y donde entusiasme sin asustar lo que puedo intuir a lo lejos.
.